jueves, 21 de mayo de 2009

Entrevista a Mario Benedetti

ENTREVISTA:


Me gustaría que empezaras por recordar tu vida en el momento en que escribiste La tregua. ¿Por qué esa historia difícil de imaginar en un escritor joven? ¿Qué edad tenías cuando la escribiste?
No tan joven. Ya estaba casado. Tendría 25.
Hoy estarías saliendo de la adolescencia. ¿Cómo fue, entonces, que se te ocurrió esa historia?
Yo trabajaba en las oficinas de Piria, donde estuve 15 años. Entré como pinche y llegué a gerente. En una época tenía tres empleos, y Luz también trabajaba. Claro que entonces uno podía conseguir los tres empleos. En un momento, siendo yo oficial de contaduría, mi jefe, viudo desde hacía un tiempo -un tipo muy bien, muy macanudo y muy calmo-, empezó a comportarse con una alegría de vivir que en él era desconocida. Un día yo le digo "Pero don Diego, ¿qué le pasa que está tan bien últimamente?".
Él, para vos, era un viejo. ¿Qué edad tiene Santomé?, ¿cincuenta?
Más o menos cincuenta. Cuando le pregunto me dice "Vamos al café, te voy a contar". Fuimos. "Estoy enamorado", me dice. "Pero el problema es que esta muchacha tiene la mitad de mis años. Tiene 26. ¿Qué voy a hacer?" "¿Por qué no se casa?", le digo yo.
Y volvió a enviudar.
Eso pasa en la novela. En la vida pasó lo que era lógico, él murió antes que ella.
Me explicaste alguna vez que Avellaneda debía morir para que ese amor no fracasara.
Sí. Para evitar el fracaso había que matar a Avellaneda. Cuando salió la novela, unas cincuenta mujeres hicieron una reunión en un apartamento de Pocitos, a la que me invitaron. Allí me reprocharon que hubiera matado a Avellaneda. Yo les decía que la había matado en beneficio de la historia de amor. En 15 años Santomé iba a ser un viejo, tal vez moriría. Qué triste. Más o menos las convencí.
Tu visión, en ese momento, era que tal diferencia de edad indefectiblemente terminaba con el amor. ¿Pensás hoy lo mismo?
Hoy tenemos muchos ejemplos en contrario. Picasso, Alberti, Casal, Borges.
¿Cómo era Montevideo en la época de la novela?
Estábamos en el auge del empleo público. La familia para considerarse familia debía tener un miembro empleado público.
Estaba aquella frase tuya donde decías que Uruguay era la única oficina del mundo que había alcanzado la categoría de república. Tus poemas de la oficina también son buenísimos. Pero no eras empleado público.
Era, sí. Antes de trabajar en Piria trabajé cinco años en la Contaduría General de la Nación. En esa época, para despedir a un empleado público creo que debían reunirse las dos cámaras. Tenía que haber desaparecido con el tesoro de la nación o matado al jefe de la oficina. Despedir era casi imposible. El empleo público era la seguridad. Y este país era el país de la seguridad. La gran palabra era esa. Hasta que vino la dictadura y todo eso se fue al demonio. Echaron, nombraron a dedo.
La tregua fue la primera novela que escribiste.
No, la primera fue Quién de nosotros, donde la historia está relatada desde tres lugares diferentes. Son tres versiones de una relación de pareja.
Una especie de Rashomon.
Puede ser, era la época. Hay un marido que escribe su diario, una mujer que escribe al marido una larga carta donde le dice que se va con su amigo, el de él, y finalmente, está la versión del amigo -que era escritor- y hace un cuento sobre la relación con la mujer, pero con notas al pie de página donde contradice todo lo que aparece ocurriendo en el cuento.
A Onetti le gustaba mucho esa novela.
Sí, cuando la leyó me llamó y me dijo "Me echaste a perder una novela que estaba escribiendo con la misma técnica".
En Quién de nosotros tenés una estructura que facilita el camino. En cambio en La tregua te enfrentás a uno de los difíciles problemas que se le plantean al novelista: desde dónde se cuenta la historia, quién la cuenta.
Con La tregua barajé varias posibilidades. Que contara un narrador en tercera persona, pero me pareció que para que el tema tuviera la comunicación y el calor necesarios tenía que ser el protagonista quien contara. Santomé, él sería el mejor instrumento.
Era, además, a través de él que te había llegado.
Claro, aunque yo lo cambié mucho a él, y a las circunstancias de su vida. Le adjudiqué tres hijos, decidí que uno fuera homosexual. Un día, años después -Fiorello, mi compañero de oficina, ya había muerto-, me encontré con el único hijo que tenía. Me dijo "¿Cómo lo metiste al viejo en la novela?". Yo nunca lo había dicho. Pero ellos se dieron cuenta.
¿Conociste a quien luego llamaste Avellaneda?
Sí, la conocí. Físicamente no tenía nada que ver con el personaje. Y en el resto no sé. La edad sí era la misma.
En La tregua hay otros personajes.
Esos son inventados. El amigo que viene del exterior, que me permite alguna alusión a lo político. En ese momento la situación política empezaba a mostrar fisuras. Había que hacer alguna referencia. Pero además había que meter algún personaje, describir alguna situación que pusiera un poco de aire en el relato, que lo sacara de la encerrona total. La novela no podía circunscribirse al mesurado y sobrio idilio de Santomé con Avellaneda.
En ese momento ya habías escrito cuentos. Montevideanos, por ejemplo; una novela, Quién de nosotros, y poesía. Poesía seguramente desde chico.
Sí, desde la infancia. Las primeras las escribí en alemán porque iba al Colegio Alemán.
Qué curioso que tu padre siendo italiano te mandara al Colegio Alemán.
Mi padre era químico y por ese lado admiraba mucho a los alemanes. Pero, estando yo en el último año de primaria, un día llego a casa y le digo "¿Sabés, papá? A partir de mañana cuando el profesor entre a clase tenemos que saludarlo así, con la mano levantada". Mi padre me dijo "Te quedan 15 días para terminar sexto. Vas a ir esos 15 días pero secundaria no la vas a hacer ahí". Estaba indignado.
Sería el año 32.
Sería. Hindenburg era el presidente de Alemania y Hitler el primer ministro.
Volviendo a tu novela. Santomé, a menudo, se encuentra con Avellaneda en un café. ¿Es alguno de los cafés que conocemos?
Sí, es ahí en el café que se le declara. El café es el Sorocabana de 25 de Mayo. Allí escribí la novela.
No se me hubiera ocurrido. No te veo escribiendo en un café. ¿Dónde te sentabas para escribir?
En una mesa cualquiera. Nadie me conocía. Si fuera ahora, imaginate. Pero en esa época era lo único posible. Tenía dos horas al mediodía. En lugar de irme a Malvín y volver en el 142, me iba allí, pedía un refuerzo, un café y escribía.
A mano, claro.
Sí, a mano. Después la pasaba en la Olivetti. Varias veces, porque corrijo mucho.
¿Qué corregís?
La historia queda. Cambio frases.
La vez pasada me dijiste que habías tirado una novela entera. Y añadiste que cuando corregís siempre es borrando, nunca agregando.
Sigo la receta de Rulfo que decía "La mejor autocrítica es el hacha".
Conrad no lo dice así pero dice algo parecido, cuando proclama la austeridad, la necesaria sequedad del texto.
Yo te voy a decir una cosa. No entiendo bien el éxito de La tregua, tiene más de 150 ediciones. No creo que sea mi mejor novela.
¿La mejor sería Gracias por el fuego?
Tampoco. Yo creo que la mejor que escribí es La borra del café. Es la única que en algún sentido es autobiográfica. O que por lo menos lo es en el envase, pues el protagonista es totalmente inventado pero vive en los barrios donde yo viví.
¿Cuáles son esos barrios?
Capurro -uno de los más queridos- Malvín, Punta Carretas.
Pero La tregua algo tiene que tocar en la gente.
Es una historia de amor. Creo que no es cursi.
Ahí está aquel diálogo de Avellaneda con Santomé donde ella le cuenta qué entiende la madre por felicidad. Esa idea menos ambiciosa, más modesta de lo que es la felicidad es posible que sirva a mucha gente.
Algo así habrá. No sabés cuántas veces la han dado en radio, cine, teatro, televisión. A veces bien hecha, a veces mal. En Colombia, por ejemplo, hicieron una versión desastrosa. Metieron complicaciones con el narcotráfico. Yo sólo les había exigido que la ubicaran en Uruguay. Nunca imaginé que saldrían con algo así. La tregua me conquistó un público de afuera. Cuando la hicieron en televisión con Héctor Alterio y Ana María Picchio fue fantástico. A mí me gustó más esta versión que la hecha en cine.
¿Por qué te gustó menos la hecha en cine?
Porque trasladaron la acción a Buenos Aires, además de cambiarle la época.
Transcurre en pleno peronismo.
Lo que pusieron de cosa política no es mucho, pero ¿para qué? Yo estuve algo distanciado de Renán por ese motivo. Después, cuando se propuso hacer Gracias por el fuego me llevó a España el libreto. Le hice varias observaciones que aceptó. Pero los productores exigieron, al final, unas carcajadas totalmente ridículas que él tuvo que aceptar y nos disgustaron a los dos: a él y a mí.
Estoy segura de que, como siempre, tenés algo en prensa.
Justamente, un libro de poemas, El mundo que respiro, un libro de un señor de 80 años.
Que trabaja como un señor de 40.
Sí, trabajo mucho.
¿Un libro un poco amargo?
No, más existencial, donde la muerte está más presente, menos político. También estoy preparando un libro de cuentos que tal vez termine para fin de año. Son cuentos breves.
Quizá en eso de la brevedad te influya tu trabajo con los haikus.
Puede ser. Tú no sabés cómo me divertí haciendo ese libro. Cien haikus quedaron afuera.
Ahora que han pasado muchos años de tu vuelta, ¿cómo ves el exilio?
Yo estuve en cuatro países. Cuando uno no elige irse, el irse tiene cosas muy malas. Pero también cosas interesantes. Otras historias, otra cultura, a veces otra lengua. Creo que uno madura de otra manera. Yo seguí escribiendo sobre montevideanos, esta vez exiliados, y como siempre de clase media. Esta es una limitación que no he trascendido. Todavía.

Estados de ánimo Mario Benedetti:

Estados de ánimo

A veces me siento
como un águila en el aire.

Unas veces me siento
como pobre colina
y otras como montaña
de cumbres repetidas.

Unas veces me siento
como un acantilado
y en otras como un cielo
azul pero lejano.

A veces uno es
manantial entre rocas
y otras veces un árbol
con las últimas hojas.
Pero hoy me siento apenas
como laguna insomne
con un embarcadero
ya sin embarcaciones
una laguna verde
inmóvil y paciente
conforme con sus algas
sus musgos y sus peces,
sereno en mi confianza
confiando en que una tarde
te acerques y te mires,
te mires al mirarme.

Mario Benedetti

Biografia
Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (Paso de los Toros, 14 de septiembre de 1920 - Montevideo, 17 de mayo de 2009), más conocido como Mario Benedetti, fue un escritor y poeta uruguayo integrante de la Generación del 45, a la que pertenecen también Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti, entre otros. Su prolífica producción literaria incluyó más de 80 libros, algunos de los cuales fueron traducidos a más de 20 idiomas.


POESÍAS:

Chau número tres

Te dejo con tu vida
tu trabajo
tu gente
con tus puestas de sol
y tus amaneceres.
Sembrando tu confianza
te dejo junto al mundo
derrotando imposibles
segura sin seguro.
Te dejo frente al mar
descifrándote sola
sin mi pregunta a ciegas
sin mi respuesta rota.
Te dejo sin mis dudas
pobres y malheridas
sin mis inmadureces
sin mi veteranía.
Pero tampoco creas
a pie juntillas todo
no creas nunca creas
este falso abandono.
Estaré donde menos
lo esperes
por ejemplo
en un árbol añoso
de oscuros cabeceos.
Estaré en un lejano
horizonte sin horas
en la huella del tacto
en tu sombra y mi sombra.
Estaré repartido
en cuatro o cinco pibes
de esos que vos mirás
y enseguida te siguen.
Y ojalá pueda estar
de tu sueño en la red
esperando tus ojos
y mirándote.


Corazón coraza
Porque te tengo y no
porque te pienso
porque la noche está de ojos abiertos
porque la noche pasa y digo amor
porque has venido a recoger tu imagen
y eres mejor que todas tus imágenes
porque eres linda desde el pie hasta el alma
porque eres buena desde el alma a mí
porque te escondes dulce en el orgullo
pequeña y dulce
corazón coraza
porque eres mía
porque no eres mía
porque te miro y muero
y peor que muero
si no te miro amor
si no te miro
porque tú siempre existes dondequiera
pero existes mejor donde te quiero
porque tu boca es sangre
y tienes frío
tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

viernes, 8 de mayo de 2009

Ausias March

Hijo del también caballero y poeta Pere March, nació en Gandía alrededor de 1397 (aunque algunas versiones sostienen que nació en Beniarjó, pueblo cercano a Gandía). De joven participó en las expediciones que el rey Alfonso V el Magnánimo realizó por el Mediterráneo.
Fue Señor de Beniarjó, Pardines y Vernissa, y halconero mayor de Alfonso V el Magnánimo. Fue armado caballero en 1419. Participó en la expedición de Alfonso V a Córcega y Cerdeña, y en otras expediciones contra los piratas del Mediterráneo. En 1425 se retiró a sus posesiones valencianas, instalándose en Gandía en 1428. De notar es en este período su relación personal y literaria con el príncipe Carlos de Viana, heredero al trono de Navarra.

Tumba de Ausiàs March en la Catedral de Santa María de Valencia
A partir de los veintisiete años ya no saldría de su tierra; primero en Gandía, donde administraba sus propiedades; y después en Valencia, donde tuvo una vida muy movida y desordenada. Comienza a escribir en 1430. Tres años más tarde, el infante Juan, Duque de Gandía, confirma sus privilegios como señor feudal.
En 1437, a los cuarenta años se casó con Isabel Martorell, hermana de Joanot Martorell, autor de Tirant lo Blanch. Dos años más tarde Isabel muere y Ausiàs March contrae segundas nupcias con Joana Escorna, quien murió en 1443. A pesar de carecer de hijos legítimos en sus matrimonios se sabe de la existencia de amantes y 4 hijos naturales.
Ausiàs March murió el 3 de marzo del año 1459 en Valencia, dejando cinco hijos bastardos pero ninguno legítimo. Fue enterrado en la catedral de Valencia, donde aún puede verse su losa sepulcral, cerca de la Porta de la Almoyna.

jueves, 7 de mayo de 2009

Biografía Gloria Fuertes

Gloria nació en Lavapiés, en la época un modesto barrio del Madrid antiguo. Su madre era costurera y sirvienta; su padre, bedel. Poco se sabe de su vida familiar, a lo que ha contribuido que la escritora siempre guardara celosamente su intimidad.
Asistió al Instituto de Educación Profesional de la Mujer, pero sus aficiones eran muy diferentes a las propias de las mujeres de su época. Su interés por las letras comenzó a la temprana edad de cinco años, cuando ya escribía y dibujaba sus propios cuentos. Empezó a escribir versos a los catorce años, a los quince los leía en Radio España de Madrid y a los diecisiete dio forma a su primer libro de poemas, Isla ignorada, que sería publicado en 1950. Se ha especulado sobre su homosexualidad, que aparecería sutilmente declarada en poemas como «Lo que me enerva», «Me siento abierta a todo», «A Jenny», etc.
Aunque ella siempre se definió como «autodidacta y poéticamente desescolarizada», su nombre ha quedado ligado a dos movimientos literarios: la generación del 50 y el postismo, grupo literario de posguerra al que se unió a finales de los 40 y del que formaban parte Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro y Silvano Sernesi, y en el que también colaboraron Ángel Crespo y Francisco Nieva.
Del Postismo quedó para siempre en Gloria Fuertes una actitud poética desmitificadora por vía del humor; el humor en Gloria Fuertes es una forma crítica de deconstruir la realidad y descubrir la verdad de las cosas. La Guerra Civil dejó una profunda huella en ella. El antibelicismo y la protesta contra lo absurdo de la civilización están presentes en su poesía de forma categórica. Como ella misma declaró, «sin la tragedia de la guerra quizá nunca hubiera escrito poesía».
Como secuela de su experiencia bélica, la obra de Gloria Fuertes se caracteriza por la ironía con la que trata cuestiones tan universales como el amor, el dolor, la muerte o la soledad. Todo ello aderezado con curiosas metáforas y juegos lingüísticos llenos de encanto, frescura y sencillez, que dotan a sus poemas de una gran musicalidad y cadencia cercana al lenguaje oral.
Entre 1940 y 1953 comenzó a colaborar en revistas infantiles, Pelayos, Chicos, chicas y chiquitito, Maravillas y el suplemento infantil del diario Arriba, para el que publicó las historietas de Coletas y Pelines, una niña de nueve años y un niño de seis respectivamente, que alcanzaron una gran popularidad entre los lectores infantiles.
Paralelamente a su dedicación a la literatura infantil en las revistas, obras teatrales y poemas escenificados, fundó en 1947, junto con María Dolores de Pueblos y Adelaida Lasantas el grupo «Versos con faldas» que organizaba recitales y lecturas de poesía por bares y cafés madrileños, colaboraba en revistas para adultos como Rumbos, Poesía española y El pájaro de paja y creó y dirigió la revista poética Arquero entre 1950–1954, junto a Antonio Gala, Julio Mariscal y Rafael Mir.
De 1955 a 1960 estudió biblioteconomía e inglés en el Internacional Institute. En 1961 obtuvo la beca Fullbright en Estados Unidos para impartir clases de Literatura española en la Universidad de Bucknell, además de recibir en 1972 la Beca de la Fundación Juan March de Literatura Infantil.
A mediados de los años 70 colabora activamente en diversos programas infantiles de TVE, siendo Un globo, dos globos, tres globos y La cometa blanca los que la convierten definitivamente en la poeta de los niños. Recibiendo en cinco ocasiones el Aro de Plata de este medio informativo. A partir de estos años la actividad de Gloria Fuertes es imparable: lecturas, recitales, homenajes... siempre cerca de los niños; publicando continuamente, tanto poesía infantil como de adultos. Su fama es tal que cómicos como Martes y 13 parodian su figura en programas de humor.
Fallece el 27 de noviembre de 1998, víctima de un cáncer de pulmón, en Madrid.

Lírica

Se llama género lírico porque en la antigua Grecia este género se cantaba, y era acompañado por un instrumento llamado lira. Su forma habitual es el verso y la primera persona. El presente, pasado y futuro se confunden. Comunica las más íntimas vivencias del hombre, lo subjetivo, los estados anímicos y los estados amorosos.
En su concepto más vasto comprende además de la oda, la canción, la balada, la elegía, el soneto e incluso las piezas de teatro destinadas a ser cantadas, como las óperas y dramas líricos. En lenguaje usual, sin embargo, designa casi exclusivamente la oda que, según las formas que reviste toma los nombres de ditirambo, himno, cantata, cántico, etc. El género lírico no tiene metro ni ritmo propios sino que el poeta acude a todos aquellos que le parecen más oportunos para expresar mejor sus sentimientos.